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“Piel negra y máscaras blancas” de Frantz Fanon: 70 años de uno de los libros más influyentes en el análisis de la ideología colonial y el racismo

Piel negra y máscaras blancas constituye uno de los intentos más influyentes en el análisis de la ideología que inferioriza a la población negra, erigiendo a la blanca y europea como el modelo de realización humana. Este 2022 se cumplen 70 años de su primera edición y al revisar sus siete capítulos se evidencia la vigencia de sus planteamientos, fundamentalmente por la persistencia de la cultura colonial en naciones como las de América Latina. En esta primera entrega, expondremos aspectos tratados en los tres capítulos iniciales del libro, para seguir con el resto en la segunda y final.

El autor, el entonces joven psiquiatra Frantz Fanon, aseveró: «el objeto de nuestro estudio se perfila: permitir al hombre de color comprender, con ayuda de ejemplos concretos, los factores e ingredientes psicológicos que pueden alienar a sus congéneres […] nuestra finalidad consiste en hacer posible un sano encuentro entre el negro y el blanco». Añadiendo, «me he aferrado en este estudio a tocar la miseria del negro. Tácticamente y afectivamente. No he querido ser objetivo. Por lo demás, eso es falso: no me ha sido posible ser objetivo».

En efecto, Fanon no podía tomar una postura imparcial ante esta situación, siendo un afrodescendiente, nacido en la colonia francesa de Martinica, que luego de combatir al nazismo, enrolado en las Fuerzas de Liberación y obteniendo incluso la medalla «Croix de guerre» en reconocimiento, fue marginado junto a una multitud de soldados negros de los actos públicos registrados para la posteridad, siendo concentrado en Toulouse e impedido de concurrir hasta Berlín, según apuntan sus comentaristas.

De acuerdo al prólogo de la publicación cubana de la editorial Caminos, escrito por Roberto Zurbano –remarcando que lo hizo desde el Callejón de Hamell, punto de reunión de afrodescendientes en La Habana–, Piel negra, máscaras blancas es el resultado de siete años de observación e investigación en que el autor describe «la baja autoestima, la invisibilidad, la devaluación constante, el hábito servil, el miedo a levantar la mirada y la imposibilidad de ser, en lo personal, un individuo pleno».

La inferiorización se expresa de manera diversa, y en el texto abundan casos, como cuando cita al novelista estadounidense Bernard Wolfe quien habría declarado: «Nos gusta representar al negro riendo y enseñando todos sus dientes. Y su sonrisa… significa siempre un don…«, esa imagen solícita y servicial sigue aún presente en la industria cinematográfica, por ejemplo, a pesar de que ya en los mismos años de Fanon, músicos negros en Estados Unidos se rebelaban en su contra dando inicio a la fase contemporánea del Jazz. Lo que leeremos a continuación, constituye un conjunto de observaciones generales a los fenómenos que el investigador describió en su libro.

Lenguaje, blanqueo y abandonismo

La primera reflexión del texto se orienta hacia el lenguaje que, en el contexto de Frantz Fanon, está propiciada por lo denominado idioma y lo llamado lengua, o sea, un lenguaje de menor valía dispuesto a ser suprimido por el de quienes colonizan. «Hablar una una lengua es asumir un mundo, una cultura», va a decir respecto a la potencia interpretativa que tiene el lenguaje y en ello radica la importancia de la recuperación de idiomas de naciones oprimidas como un acto de soberanía.

«Todo pueblo colonizado -en cuyo seno haya nacido un complejo de inferioridad a consecuencia del enterramiento de la originalidad cultural nacional local- se sitúa siempre en la relación con la lengua con la nación civilizadora… El colonizado escapará tanto más y mejor de su selva cuanto más y mejor haga suyos los valores culturales de la metrópoli», afirma el autor, narrando cómo los algunos de los actos educativos en las escuelas y en las familias consistía en enseñar a hablar «francés francés», así como el desprecio por el patois (habla criolla). En este sentido, narra lo ocurrido con el poeta Aimé Césaire, valorado y elogiado en Francia por hablar (y escribir) el francés bajo cánones validados. «Es un negro que maneja la lengua francesa como ningún blanco contemporáneo», dirá André Breton, ante lo cual Fanon interpela: «Aunque al decir esto, expresara pura y simplemente la verdad, no veo dónde está tan asombrosa paradoja… Aimé Césaire es martiniqués y catedrádico de la universidad […] Pero, me replicarán los negros, es un honor que un blanco como Breton escriba cosas semejantes».

Seguidamente, el también autor de Los condenados de tierra, se refiere a los patrones que alcanza a distinguir en las relaciones entre mujeres negras y blancos, así como de los hombres negros y mujeres blancas. En primera instancia se sirve de la novela Soy Matiniquesa, de vasta divulgación en su época, protagonizada por una mujer negra que relata su persistente intento de «blanquearse», a través de la unión sentimental con un funcionario colonial blanco o encontrando en su ascendencia a una abuela blanca. «Yo estaba orgullosa … ¿Entonces mi madre era mestiza? Ya debería haberlo supuesto al ver su tinte pálido. Me parecía más bonita que nunca, más fina, más distinguida… Soñaba con esa abuela a la que nunca había conocido y que murió por haber amado a un hombre martiniqués de color», afirma la protagonista, que respecto a su relación con el funcionario declara amarlo «porque tenía los ojos azules, los cabellos rubios y la piel pálida», aceptando no ser integrada a la vida social de él, «pues yo era una mujer de color». No obstante, una vez «yo insistí tanto que un día me llevó a Dieder. Pasamos la velada en una de las pequeñas villas que me causaban admiración en la infancia, con dos oficiales y sus esposas. Estas me contemplaban con una indulgencia que se me hizo insoportable. Yo sentía que me había arreglado demasiado, que no era digna de André… En fin, pasé una velada tan desagradable que decidí no volver a pedir a André acompañarlo».

Soy Martiniquesa de Mayotte Capécia, como dijimos, fue una novela por entregas con un influjo cultural relevante en la población local en una abierta normalización de la cultura colonial centrada en las experiencias de una mujer que «aspira a ser admitida en el mundo blanco porque se siente inferior», concluye Fanon.

Por otra parte, las expresiones culturales propagadoras de la inferiorización de la población negra se extiende a expresiones culturales de mayor complejidad. Para explicarlo, también se sirve de la literatura, particularmente de la novela Un homme pareil aux autres de René Maran, que describe la angustia del joven martiniqués Jean Veneuse, quien arrastra traumas generados en su condición de huérfano y negro, «becario de un liceo de provincia, condenado durante las vacaciones a permanecer en el internado. Sus amigos y compañeros, al menor pretexto se dispersan por toda Francia, mientras el negrito va tomando las costumbres de los rumiantes. Sus mejores amigos, los libros», contextualiza Fanon para explicar cómo es que arriba a Burdeos siendo considerado un virtuoso (en una historia muy similar a la biografía del novelista, por cierto). Ahí, se enamora de una francesa, hija de un connotado poeta y hermana de un amigo suyo, quien lo anima a vencer su miedo expresado en el verso: «Cuando uno ama no hay que decir nada/ Hasta es mejor esconderse».

Los argumentos esgrimidos por el amigo de Jean Veneuse para convencerlo de expresar sus sentimientos llaman la atención de Fanon, en tanto están condicionados al hecho que, en realidad, no sería un negro, sino sólo «excesivamente moreno», pues los negros serían incivilizados y él ha evolucionado en cuanto ha asimilado la cultura europea a través del estudio. «De hecho tú eres como nosotros… Tus reflexiones son nuestras. ¿Tú te crees –y se te cree– negro? ¡Un error! De negro sólo tienes la apariencia. Por lo demás tú piensas en europeo», le dice su amigo en un acto de integración condicionada a su negación.

Este sería el contexto de la opción de Jean Veneuse por la soledad, que Fanon denomina «abandonismo», es decir, la tendencia de eludir la experiencia del amor como expresión del miedo traumático al rechazo que, en este caso, se gesta en la orfandad y prosigue por su condición de negro. «Cuántas veces habré de repetirle que lo amo, que soy suya, que lo espero», le escriben al protagonista, sin embargo, no responde. El acto inhibitorio, de acuerdo a la novela se extiende a todos los aspectos de su vida: «Mi vigilancia, valga la expresión, es como el seguro de un arma. Recibo con cortesía e ingenuidad las insinuaciones que me hacen. Acepto y agradezco los aperitivos que me ofrecen… pero no me dejo atrapar en la benevolencia que se me testimonia porque desconfío de esta sociabilidad…», afirma, según Fanon, en voz de Jean Veneuse, el propio autor de la novela, quien «precisa ser liberado de sus fantasmas infantiles».

Fanon rechaza y denuncia un tono generalizador y determinante de la novela, indicando que el comportamiento de Jean Veneuse no se puede explicar por la «concentración de melanina en su epidermis», sino que el relato, a través del cual se expresa su autor, debe ser entendido en el marco de la cultura colonial y que superar esta situación implica «una reestructuración del mundo».

La «resistencia ontológica»

Que «el negro no tiene resistencia ontológica a los ojos de un blanco», constituye una de las convenciones propias del racismo, de acuerdo al autor. Esta declarada minusvalía tendría un correlato en cualidades de las que se le priva a la población afrodescendiente y otras que le son atribuidas, entre las cuales se encuentra lo exótico, lo irracional, lo denominado «humano», expresado en el lugar común: «Los negros delante de los blancos constituyen en cierto modo un seguro para la humanidad. Cuando se sienten demasiado mecanizados se vuelven hacia los hombres de color y les piden un poco de aliento humano». Fanon se pregunta, cómo es que la población negra asume el rol de otorgar ese «aliento humano». Es que ¿»la emoción es negra y razón helena»?

Quizá esta sea una de las observaciones de mayor actualidad, pues problematiza el modo en que la población negra se ha integrado a la cultura occidental contemporánea, asignándoles roles aparentemente reivindicativos de una «originalidad» performada por la industria del espectáculo. Estas diversas expresiones de «aliento humano», modeladas por quienes las administran, se circunscriben a lo ocasional del espectáculo, pues el resto de la vida vale tomarla en serio y eso implica hacerlo en clave blanca, es decir, de manera racional y sensata. En este sentido, es muy interesante la noción nietzscheana de Uno Primordial incorporada por el psiquiatra, aludiendo a un momento excelso de autenticidad de un pueblo que la pierde en tanto se incrementa el control político sobre sí. A pesar de ello, su reconocimiento podría constituir al menos un referente para no engañarse con remedos y, en el mejor de los casos, emprender una búsqueda hacia lo genuino.

La noción de carencia de resistencia ontológica de la población negra ante la blanca también es reproducida por quienes pueden ser considerados «amigos» de la causa emancipadora, según Fanon. Esto ocurriría con algunas consideraciones de Jean Paul Sartre, quien planteó que la negritud constituiría una condición dispuesta a desaparecer en medio de una progresión orientada a establecer la igualdad en la humanidad («una sociedad sin razas»), pues su existencia constituiría una respuesta a la desigualdad impuesta por la supremacía blanca, una suerte de posicionamiento reivindicativo. En sus palabras: «la negritud es para destruirse, es paso y no término, medio y no fin último». Ante ello, el martiniqués responde de manera contundente, señalando que su negritud no constituye fase, ni es condición sujeta a ser superada o suprimida en un esquema teleológico, por muy bien intencionado que sea, pues es constitutiva de su propia identidad y cualquier búsqueda emancipatoria no puede estar condicionada por su negación, porque hacerlo implicaría otro modo de alienación. Así lo explica:

«La dialéctica que introduce la necesidad justo en el punto de apoyo de mi libertad me expulsa de mí mismo […] Yo no soy una potencialidad de nada, soy plenamente lo que soy. Yo no tengo que buscar en lo universal. En el seno de mi no ocupa lugar ninguna probabilidad. Mi conciencia negra no se da como carencia. Mi conciencia negra es».

Esto, Fanon ya lo había adelantado unas páginas antes en el siguiente reclamo: «Así, a mi irracional, se oponía el racional. A mi racional, el «verdadero racional». Siempre salía perdiendo […] Quería ser típicamente negro, no me fue posible. Quise luego ser blanco, más valía reírse. Y cuando intenté, en el plano de la idea y de la actividad intelectual, reivindicar mi negritud, me la arrancaron. Me demostraron que mi andadura peculiar era sólo un término de la dialéctica».

Fuente: https://resumen.cl/

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