Los oficiales de mi estado mayor que murieron en esta memorable acción (la Batalla de Carabobo) fueron: Coronel Ignacio Meleán, Manuel Arráiz, herido mortalmente; capitán Juan Bruno, teniente Pedro Camejo (a) el Negro Primero, teniente José María Olivera, y teniente Nicolás Arias.
Entre todos con más cariño recuerdo a Camejo, generalmente conocido entonces con el sobrenombre de “El Negro Primero”, esclavo un tiempo, que tuvo mucha parte en algunos de los hechos que he referido en el transcurso de esta narración.
Cuando yo bajé a Achaguas después de la acción del Yagual, se me presentó este negro, que mis soldados de Apure me aconsejaron incorporase al ejército, pues les constaba a ellos que era hombre de gran valor y sobre todo muy buena lanza. Su robusta constitución me lo recomendaba mucho, y a poco de hablar con él, advertí que poseía la candidez del hombre en su estado primitivo y uno de esos caracteres simpáticos que se atraen bien pronto el afecto de los que los tratan. Llamábase Pedro Camejo y había sido esclavo del propietario vecino del Apure, Don Vicente Alfonso, quien le había puesto al servicio del rey porque el carácter del negro, sobrado celoso de su dignidad, le inspiraba algunos temores.
Después de la acción de Araure quedó tan disgustado del servicio militar que se fue al Apure, y allí permaneció oculto algún tiempo hasta que vino a presentárseme, como he dicho, después de la función del Yagual.
Admítile en mis filas y siempre a mi lado fue para mí preciosa adquisición. Tales pruebas de valor dio en todos los reñidos encuentros que tuvimos con el enemigo, que sus mismos compañeros le dieron el título de el Negro Primero. Estos se divertían mucho con él y sus chistes naturales y observaciones sobre todos los hechos que veía o había presenciado, mantenían la alegría de sus compañeros que siempre le buscaban para darle materia de conversación.
Sabiendo que Bolívar debía venir a reunirse conmigo en el Apure, recomendó a todos muy vivamente que no fueran a decirle que él había servido en el ejército realista. Semejante recomendación bastó para que a su llegada le hablaran a Bolívar del negro, con gran entusiasmo, refiriéndole el empeño que tenía en que no supiera que él había estado al servicio del rey.
Así, pues, cuando Bolívar le vio por primera vez, se le acercó con mucho afecto, y después de congratularse con él por su valor le dijo:
-¿Pero qué le movió a V. a servir en las filas de nuestros enemigos?
Miró el negro a los circunstantes como si quisiera enrostrarles la insdiscreción que habían cometido, y dijo después:
-Señor, la codicia.
-¿Cómo así?, preguntó Bolívar.
-Yo había notado, continuó el negro, que todo el mundo iba a la guerra sin camisa y sin una peseta y volvía después vestido con un uniforme muy bonito y con dinero en el bolsillo. Entonces yo quise ir también a buscar fortuna y más que nada a conseguir tres aperos de plata, uno para el negro Mindola, otro para Juan Rafael y otro para mí. La primera batalla que tuvimos con los patriotas fue la de Araure: ellos tenían más de mil hombres, como yo se lo decía a mi compadre José Félix; nosotros teníamos mucha más gente y yo gritaba que me diesen cualquier arma con qué pelear, porque yo estaba seguro de que nosotros íbamos a vencer. Cuando creí que se había acabado la pelea, me apeé de mi caballo y fui a quitarle una casaca muy bonita a un blanco que estaba tendido y muerto en el suelo. En ese momento vino el comandante gritando “A caballo”. ¿Cómo es eso, dije yo, pues no se acabó esta guerra? –Acabarse, nada de eso: venía tanta gente que parecía una zamurada.
-¿Qué decía V. entonces?, dijo Bolívar.
-Deseaba que fuéramos a tomar paces. No hubo más remedio que huir, yo eché a correr en mi mula, pero el maldito animal se me cansó y tuve que coger monte a pie. El día siguiente yo y José Félix fuimos a un hato a ver si nos daban qué comer, pero su dueño cuando supo que yo era de las tropas de Ñaña (Yáñez) me miró con tan malos ojos que me pareció mejor huir e irme al Apure.
-Dicen, le interrumpió Bolívar, que allí mataba V. las vacas que no le pertenecían.
-Por supuesto, replicó, y si no, ¿qué comía? En fin vino el mayordomo (así me llamaba a mí) al Apure y nos enseñó lo que era la patria y que la diablocracia no era ninguna cosa mala, y desde entonces yo estoy sirviendo a los patriotas.
Conversaciones por este estilo, sostenidas en un lenguaje sui generis, divertían mucho a Bolívar, y en nuestras marchas el Negro Primero nos servía de gran distracción y entretenimiento.
Continuó a mi servicio, distinguiéndose siempre en todas las acciones más notables, y el lector habrá visto su nombre entre los héroes de las Queseras del Medio.
El día antes de la batalla de Carabobo, que él decía que iba a ser la “cisiva”, arengó a sus compañeros imitando el lenguaje que me había oído usar en casos semejantes, y para infundirles valor y confianza les decía con el fervor de un musulmán, que las puertas del cielo se abrían a los patriotas que morían en el campo, pero se cerraban a los que dejaban de vivir huyendo delante del enemigo.
El día de la batalla, a los primeros tiros, cayó herido mortalmente, y tal noticia produjo después un profundo dolor en todo el ejército. Bolívar cuando lo supo, la consideró como una desgracia y se lamentaba de que no le hubiese sido dado presentar en Caracas aquel hombre que llamaba sin igual en la sencillez, y sobre todo, admirable en el estilo peculiar en que expresaba sus ideas.
Fuente: AiSur
Autobiografía del General José Antonio Páez.
El general José Antonio Páez (1790-1873) escribió su Autobiografía, dedicando cuatro páginas a su amigo y compañero de armas, el teniente Pedro Camejo, popularmente conocido como el «Negro Primero».