A mediados del mes de junio de 1812 la situación de la Primera República era muy crítica. El capitán de navío realista Domingo de Monteverde, después de haber entrado en Valencia el 3 de mayo anterior, presionaba con sus fuerzas al ejército republicano que al mando del generalísimo Francisco de Miranda defendía en Maracay, San Mateo y La Victoria el acceso a Caracas. Para compensar las continuas deserciones que sufrían los cuerpos militares republicanos, Miranda dictó en La Victoria el 19 de junio una Ley Marcial, que preveía el alistamiento de «…todos los hombres libres capaces de tomar las armas, desde la edad de 15 años hasta la de 55…». Excluía, por consiguiente, a los esclavos, pero no a los negros y mulatos libres.
Por su parte, el 21 de junio, la Cámara de Representantes (Diputados) de la provincia de Caracas decretó la conscripción de 1.000 esclavos para reforzar el ejército, ofreciéndoles que después de haber servido 4 años (o antes, si se distinguían en combate) se les daría la libertad. Ante esta situación, muchos negros libres y esclavos de la región de Barlovento, en los valles de Curiepe, Capaya y otros inmediatos, se rebelaron el 24 de junio, día de San Juan, negándose a ser alistados y proclamando a Fernando VII.
Los alentaron a hacerlo así hacendados como Ignacio Galarraga y José de las Llamozas, varios párrocos de aquellos pueblos (que obedecían instrucciones secretas del arzobispo Narciso Coll y Prat) y algunos comerciantes catalanes que proporcionaron dinero. La insurrección se extendió, y privó a Caracas de los víveres que habitualmente recibía de esa región.
Un oficial de milicias español, Gaspar González, capitaneaba a una parte de los alzados, pero otros actuaban por su cuenta y empezaron a matar blancos criollos, con lo cual ahuyentaron de Barlovento a los propios hacendados que los habían incitado a alzarse. El licenciado Miguel José Sanz, que conocía bien aquellos valles, donde tenía propiedades, se alarmó, y se ofreció a Miranda para ir a calmar la insurrección, el 1 de julio. Pero a pesar de su influencia y de ir acompañado de un destacamento armado cuyo jefe era el comandante Lino de Clemente, no pudo pasar más allá de Guatire, donde permaneció hasta mediados de julio. Según Sanz, en los lugares rebeldes habría entre 4.000 y 5.000 esclavos entre viejos, niños, hombres y mujeres, de los cuales unos 500 a 700 estarían en condiciones de llevar las armas; y los negros y mulatos libres capaces para la lucha serían unos 1.000.
El temor de los hacendados criollos era tan grande, que el 2 de julio propusieron a las autoridades de Caracas que se diese la libertad inmediata a todos los esclavos de Barlovento, pues pensaban que así se mantendrían adictos a la República. La proposición fue rechazada. Miranda, cuya principal preocupación militar eran las tropas de Monteverde, no llegó a enviar fuerzas suficientes a Barlovento, y el 21 de julio dio orden de no atacar a los rebeldes, sino contenerlos. Pero los alzados se apoderaron de Caucagua y de Guatire, desde donde se aprestaban a marchar hacia Caracas «…y pasar a cuchillo a todo caraqueño que les saliese a la mano…», según testimonio del arzobispo Coll y Prat.
Este se dio cuenta entonces de la magnitud del peligro que amenazaba a la ciudad, y envió como emisario ante los negros y mulatos insurrectos al padre Pedro de Echezuría, párroco de Antímano, quien logró contenerlos hasta que Monteverde entró en Caracas durante la noche del 30 al 31 de julio. Según Coll y Prat, una de las razones que tuvo Miranda para acelerar su capitulación con Monteverde fue la insurrección de Barlovento. El jefe realista restableció el orden, aunque quedaron algunos cumbes aislados en inaccesibles áreas montañosas.
En un Memorial dirigido al Rey de España el 3 de octubre de 1812, el Cabildo Municipal de Caracas, reducto de los mantuanos, decía al comentar esos sucesos que «…la gente de color del pueblo de Curiepe se resistió abiertamente a dar cumplimiento a la ley marcial…» de Miranda, y «…los esclavos de casi toda la parte oriental de esta capital se proclamaron libres, tomaron las armas no para defender precisamente la justa causa [la del Rey], sino sus intereses personales…». Fue como un anticipo de la guerra social que más tarde acaudilló José Tomás Boves.
Fuente: Fundación Empresas Polar